Este
texto puede ser solo una historia de fútbol. Ya sabéis; ese juego al que los
aficionados van a desahogarse según algunos. Deudas, amaños, todos los días en
la tele… O puede ser una historia cruda y dura de inmigración y pobreza. Ese
fenómeno que produce desplazamientos masivos de seres humanos en busca de pan.
Comienza
esta historia ayer algo más tarde de las 21:45 horas en el Stadio San Nicola de
Bari. Se disputa la última jornada de liga de la Serie B italiana y el equipo
local necesita una victoria para entrar en la fase de ascenso a Serie A, una
categoría que abandonó hace ya tres años. A esa hora la cosa pinta mal ya que
el Novara está venciendo desde hace unos minutos. El sueño del ascenso se aleja…
Hasta aquí todo ha sido fútbol.
Entonces
salta al campo un jugador que no cuenta demasiado para el entrenador, un
albanés llamado Edgar Çani. Un trotamundos en lo profesional que con solo 24
años ya conoce diez vestuarios diferentes por toda Europa y un trotamundos en
lo personal casi desde su nacimiento. Ya nos estamos saliendo del fútbol.
Resulta
que Çani ya conocía un estadio de Bari antes de firmar su contrato en enero de
este año. Es probable que él no lo recuerde ya que tenía dos años pero en
agosto de 1991 pisó, muy a su pesar y de su familia, el Stadio della Vittoria.
¿Por qué? Porque Edgar Çani desembarcó del Vlora y fue recluido junto con cerca
de 20000 compatriotas (no me he equivocado, son 20000 con cuatro ceros) que
huían de un país sin rumbo desde la caída del Telón de Acero. Las escenas del
Vlora casi 25 años después del acontecimiento todavía estremecen (y puedes verlas aquí). ¿Alguien se puede
imaginar a una criatura de 25 meses entre una marea semejante de personas en un
solo barco mercante? Los inmigrantes saltaban del barco a las aguas del puerto
para escapar de las fuerzas de seguridad pero finalmente se les llevó al
estadio y para alimentarles se les lanzaba comida desde escaleras de bomberos.
En Italia. En Europa. A finales del siglo XX.
Pero la
historia le tenía guardada a Çani una reválida en la ciudad que le abrió las
puertas de la prosperidad ya que su familia se asentó desde 1991 en Italia. Llevaba
diez minutos sobre el césped cuando le llovió un balón de Daniele Sciaudone y
él, de un cabezazo desde el borde del área, lo clavaba en la escuadra del
Novara. Y la fiesta, su fiesta, la culminaría poco después marcando el 2 – 1 que
desataba la locura de los casi 50000 espectadores (50000 personas en Serie B
que se dice pronto) que acudieron a la Astronave de Renzo Piano (resumen de poco más de un minuto aquí).
El niño
de dos años, que fue bautizado en Bari por deseo de su madre, y que a falta de
familiares fue apadrinado por un militar italiano al que ahora busca, cerraba
el círculo y convertía en realidad el sueño del inmigrante que no es otro que
encontrar la prosperidad y garantizar el desarrollo personal con dignidad.
¿Cuántos
de los 20000 albaneses del Vlora lo habrán conseguido? Imposible determinarlo.
Al igual que la historia del futbolista se ha alargado más de veinte años la historia
de la inmigración forzada por la pobreza también lo ha hecho. Y se alargará
porque los flujos migratorios son tan antiguos como la humanidad. De los que
nos gobiernan, y por extensión de todos nosotros, depende cómo nos juzgarán las
próximas generaciones. Por de pronto en los programas electorales de los
partidos que se presentaban a las elecciones del 25-M había que buscar esta
problemática con microscopio electrónico.
Jau, a las 15:46 horas del sábado, 31 de mayo de 2014.